El precio


     Y nunca le recordaba lo que no se debía contar, no hacía falta.  Se mantuvo en la fila callado, inexpresivo. Sellaron su cartilla mientras llenaron la bolsa. Anduvo cabizbajo  sobre sus pasos hasta que sintió una mano en el hombro. El cura le retenía; le recriminó no verlo por la iglesia. 

Cuando regresó, vio a su madre en la ventana y subió jadeante las escaleras    — Cierra las cortinas y abre a tu padre — dijo, buscando sin éxito su mirada— Cuando le mandó bajar a casa de Dionisio para cambiar tocino por azúcar, Fran ya había desaparecido con aquel chocolate vergonzoso y clandestino. 

No hay comentarios: