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2 jun 2015

Amanecer en Irati


-La inquisición no tardará en llegar- dijo Teresa-, y ocultó el saco en un cubo  que colgaba de la garrucha del pozo.

 Amanecía y las primeras luces daban un tono azulado a la casa del bosque. Marta alejada del cristal de la ventana los vio aparecer entre la bruma. Llegaron como llegan el granizo y la tormenta, buscaban libros, lecturas prohibidas que no encontraron. Al marcharse, la casa quedó, como queda todo al pasar la tempestad. Marta los vio perderse entre la maleza como si fueran alimañas. 

Despertaban los sonidos del amanecer, una ligera brisa meció el cubo que colgaba de la garrucha arrancando un leve chirrido y el pozo devolvió como un eco profundo el llanto de un recién nacido.



11 may 2015

El tesoro escondido


Ya no podíamos contar con él. Algunas reuniones familiares nos había relatado su sufrimiento en aquel reformatorio, otras veces, cómo había conseguido llegar de polizón a América y…tantas y tantas historias; pero, desde que la abuela había caído enferma apenas articulaba palabra.

Un día, tras la muerte de la abuela, con una copa de vino calentando su ánimo, nos habló de un gran amor: “Él fue quien llenó mi vida”, dijo. Pronunció la frase con la mirada perdida y, así quedo. Mi padre no para de mirarle a los ojos desde entonces, aunque, sabe que nunca encontrará la respuesta que busca.



24 mar 2015

Colores


Todo estaba dibujado en la pequeña libreta gris que llevaba en el bolsillo de su pantalón, lo había imaginado tantas veces… aún así, se preguntaba como sería en realidad y hacía cábalas sobre si acertaría con los colores apretándola contra su pierna.

El frío le tornó a la realidad y se abrazó a su madre para sentir su calor. La madre le abrazó con ternura y al poco se quedó dormido.

Despertó en la playa, empapado y temblando; junto a él, yacía su madre muerta. Vio como un hombre blanco, de uniforme verde, la tapaba con una capa dorada. Instintivamente buscó en su bolsillo y, sólo encontró un amasijo de hojas empapadas sin ningún dibujo ni color definido.



20 mar 2015

Una ventana al mar.


La niña ignoró la orden, abrió la puerta de su cuarto, se asomó con sigilo y, descalza para no hacer ruido salió al pasillo; tenía que pasar por delante de la puerta; ésta se encontraba entreabierta y la luz  que arrojaba, trazaba en el suelo la línea que no debía atravesar. Cruzó la línea de luz, recorrió el pasillo lentamente y llegó al salón. Cogió una silla, se encaramó en ella y deslizó su mirada por el estante: allí estaba.

Aquella tarde vivió un auténtico drama cuando llegó de la escuela: su madre le pidió ver los cuadernos y ella remoloneó de tal forma que despertó sin querer su curiosidad; de nada le había servido esconderlo en el fondo de la cartera bajo el ejemplar de El Corán. Ahora, en la soledad de la noche, le invadía la excitación, miró a ambos lados para asegurarse de no ser vista, extendió el brazo y lo tomó. Con mano temblorosa lo abrió: Una ráfaga de viento húmedo y salado sopló su rostro como si hubiera abierto una ventana al mar y de sus páginas salía una voz que decía : “Pueden ustedes llamarme Ismael. Hace algunos años –no importa cuántos, exactamente–, con poco o ningún dinero en mi billetera y nada de particular que me interesara en tierra, pensé darme al mar y ver la parte líquida del mundo…”